Resulta
difícil imaginar que un país que acepta a una mujer como candidata a presidir
el Gobierno tenga que separar por sexos a los usuarios del transporte público
para que las “damas” viajen seguras. Un mexicano diría de esto que su país es
“puro contraste”. Así, mientras Josefina
Vázquez Mota
trata de hacerse con la jefatura del Estado, miles de mujeres se sientan a
diario en reservados del metro o viajan en autobuses rosa fucsia, color que
pretende dejar claro a los hombres que ese no es su sitio.
Creados
en 2008,
los buses rosas han pasado de cubrir dos líneas a 50, mientras las usuarias
demandan que la flota siga creciendo. Ariadna Montiel Reyes, directora general
de la RTP (Red de
Transportes de Pasajeros del Distrito Federal) y mentora del
servicio, rechaza de plano el argumento de que se trate de una forma de
segregación. “Las mujeres lo perciben más bien como un triunfo, sienten que el
Gobierno las mira de manera especial”, afirma.
Aunque
las estadísticas sobre el tema son escasas, ya que son pocas las mujeres que
denuncian el acoso sexual, el Instituto de la Mujer deriva a una encuesta de
2006 en la que el 60% de las mujeres mayores de 15 años aseguraba haber sufrido
algún tipo de acoso, verbal o físico, fuera del ámbito privado. Montiel considera
que es un problema que está enquistado en la sociedad mexicana e incluso se
refiere a él como una “costumbre”. Una intolerable costumbre.
La
directora de Transportes reconoce que el servicio no resuelve el problema, pero
sí está orgullosa de permitir a las mujeres del DF el “acceso a una vida libre
de violencia”. Al menos mientras cruzan la ciudad en uno de los buses rosas
que, además del color chillón, están decorados con la imagen de las 200 mujeres
más relevantes de la historia mexicana.
¿Y
qué diría Frida Khalo si viera su
cara en uno de ellos? Difícil imaginarlo. Ella, convertida hoy en un símbolo
feminista que ya vestía pantalones hace casi 100 años y bebía cervezas en las
cantinas rodeada de hombres.
A
un lado de la cara siempre seria de la pintora mexicana, Jessica Guadalupe, de
34 años, agarra con firmeza el volante. Unas cortinas de corazones rojos,
colocadas desde el día de los enamorados, la resguardan del sol de mediodía.
Guadalupe es una de las 50 conductoras que trabajan en la red. Coincidiendo
con la puesta en marcha del servicio, Montiel aprovechó para incorporar mujeres
a una plantilla de casi 4.000 hombres. Su llegada no solo sorprendió en la
empresa, algunas usuarias se asustaban al ver a una mujer al volante e incluso
las hubo que se negaron a subir. Hasta que se acostumbraron. “Había gente que
se desesperaba porque iba lenta, pero ahora ya levanto el pie”, dice Guadalupe
orgullosa.
Lo
que sí puede llegar a desesperar es la poca frecuencia de los servicios. Hay
rutas en las que el bus puede tardar más de una hora. Pese a todo, más de 31
millones de mujeres han viajado en ellos desde 2008, con una media de 23.500
usuarias al día.
Los autobuses,
llamados Atenea como la diosa griega, y los vagones exclusivos del
metro forman parte del programa del Instituto
de la Mujer del Distrito Federal Viajemos Seguras. Su portavoz,
Margarita Argot, calcula que el 30 o 40% de las usuarias del transporte público
sufren algún tipo de acoso sexual y en lo que va de año, a través de los cinco
módulos de atención instalados en estaciones del suburbano, han atendido 54
casos de delito sexual. “Lo más alarmante es que no se sabe cifra real, sabemos
que son delitos que se cometen impunemente y que la gente no los está
denunciando”, lamenta.
Ayer
comenzó la primera campaña electoral en México en la que una mujer se juega
entre hombres la presidencia del país. Lejos de los mítines un tipo cualquiera
se cuela en el reservado solo para mujeres. Las usuarias lo miran y se alejan
de él, aunque no haya hecho nada. Ya es costumbre. Una intolerable costumbre en
un país de “puro contraste”.
Inés Santaeulalia. 23 de marzo de 2012. El País.
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