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sábado, 9 de julio de 2011

“La vida loca”, un discurso sobre identidad y violencia.

Por Wilfredo Pomares Ángel.
 
                                      En la foto equipo de la Red Iberoamericana de Masculinidades debatiendo La vida Loca

El Largometraje “La vida loca” de Christian Poveda, realizador francohispano, resultó una de las mejores propuestas documentales del decimocuarto Festival de Cine Francés. Es el resultado de año y medio de trabajo infiltrado en la pandilla salvadoreña Mara 18. La empatía del público cubano con ese sentimiento angustioso que despierta el filme no puede ser menos que un homenaje póstumo al buen hacer del asesinado director.
Como estudiante de ciencias sociales, mi mirada se enfocó (no sin esfuerzo de separar emociones) en la vocación antropológica de Poveda, en tanto que volcó su lente sobre dos temas trascendentes: la identidad y la violencia.
Algunos preliminares:
La pandilla en la que se introdujo para hacer su documental lleva un nombre con una historia. Con el nombre de Mara se conocen esas pandillas que fueron originadas en la inmigración latinoamericana a EE.UU., en las condiciones de marginalidad, violencia y delincuencia que tuvieron que aprender y desarrollar ante la hostilidad de la política migratoria y el racismo que la segrega obligándola a formar gethos para sobrevivir. El fenómeno se extendió hacia México y Centroamérica a través de la deportación. El Salvador, tras el fin de la guerra civil a principios de los ´90, ha sido el mayor receptor de pandilleros repatriados forzosamente por el gobierno de EE.UU.
Cada vez se agregan más jóvenes de sectores sociales marginados que son considerados como una amenaza social por la eventual violencia con que actúan tanto hacia afuera como hacia dentro estos grupos, a esto se le suma el agravante de la producción, distribución y consumo de drogas como el crack, mariguana, pegamento para zapateros o inhalantes, heroína y muchas otras.
El crecimiento de las maras tiene como contraparte el aumento de las remesas que envían los centroamericanos que viven en el exterior, y que se ha convertido en el principal flujo económico que sostiene las economías locales y la delincuencia.
La etimología de la palabra mara puede ser muy rica en metáforas, puede provenir de marabunta que es una especie de hormiga de colonia nómada que se alimenta de todo lo que encuentra a su paso. Por el nombre de mara es también conocida una de las maderas preciosas más resistente, la caoba. También recibe este nombre la liebre patagónica, roedor nativo del extremo sur de Sudamérica; también nómadas y que suelen criar a sus cachorros en una madriguera común en la que hasta quince madres pueden dejar sus camadas. En la mitología budista hablan de Mara como dios de la destrucción, señor de la ilusión, líder delos demonios que intentó evitar que Siddhartha alcanzara la iluminación; lo describían como una entidad maligna que habita en cada persona.
La identidad en la ciencia y en el lenguaje cinematográfico.
Las identidades sociales se construyen en contexto de interacción constituidos en forma de “mundos familiares” de la vida ordinaria, conocidos en su interior por los propios actores sociales no como objeto de interés teórico sino con fines prácticos pues dichos “mundos” proporcionan un marco cognitivo y normativo capaz de orientar y organizar las actividades cotidianas.
Sin embargo, la teoría de la identidad ha resultado una herramienta útil no solo para definir objetos de estudio, sino también para explicar fenómenos complejos como son, por ejemplo, los conflictos étnicos.
Muy a tono con la teoría (conscientemente o no) Poveda va lanzando miradas a tópicos esenciales en la vida real que tienen correlato en el contexto analítico del discursar de la ciencia.
Toda identidad (individual o colectiva) requiere la sanción del reconocimiento social para que exista social y públicamente, es en ese sentido que podemos observar los posicionamientos del otro (policías, ciudadanos comunes, una jueza, etc.) acerca de los que pertenecen a la pandilla.
A esto se le suma el tema de la distinguibilidad cualitativa que se revela, afirma y reconoce en los contextos de interacción y comunicación social en puntuales elementos diferenciadores entre las personas. La presencia de un conjunto de atributos idiosincráticos, la narrativa biográfica que recoge una historia de vida y la trayectoria social de la persona considerada, y la interiorización de la pertenencia a un colectivo, se presenta en lenguaje audiovisual ante nosotros como un compendio de historias de vida signadas por su pertenencia a un grupo social y físicamente, puesto que los tatuajes funcionan como atributos identificadores de estos. Atributos que tienden a ser exteriotipados y ligados a prejuicios sociales de tipos despreciativos, lo que termina por convertirse en un estigma: “el que posee un tatuaje es delincuente”.
La única manera de hablar de identidades colectivas es teniendo bien claro qué es una colectividad, nosotros entendemos tal cual Merton, como un conjunto de individuos que aun en ausencia de interacción y contacto próximo experimentan ciertos sentimientos de solidaridad porque comparten ciertos valores y porque un sentimiento de obligación moral los impulsa a responder de acuerdo a las expectativas ligadas a ciertos roles sociales. (1)
Así la única expectativa de asesinato de un miembro de la banda es la venganza del mismo a la cual se abocan todos como una actitud que denota valores como lealtad y solidaridad a sus iguales, matizándose el componente eminentemente violento de este tipo de conductas.
Las identidades colectivas existen en las capacidades de definir los propios límites, de generar símbolos (tatuajes, lenguaje de manos, formas de hablar y de vestir, etc.) y representaciones sociales específicos y distintivos de configurar el pasado del grupo como una memoria colectiva, compartida por sus miembros (paralela a sus propias historias de vida) e incluso reconocer ciertos atributos como propios y característicos.
Es en esa dinámica que los otros esperan de ellos que sean estables y constantes en la identidad que manifiestan, que se mantengan conformes a la imagen que proyectan habitualmente sobre sí mismos, por lo que se vuelve un interés de los órganos de represión llamarlos al orden pero a la vez comprometerlos a respetar su propia identidad. Un muchacho le confesaba a la jueza que él intentaba ir todos los días a la escuela pero que la policía no lo dejaba.
La identidad como valor también se despliega ante nuestros ojos en tanto observamos como la sola mención del nombre de la banda puede estimular la autoestima, el orgullo de pertenencia, la solidaridad grupal, la voluntad de autonomía y la capacidad de resistencia ante la penetración excesiva de elementos exteriores.
La violencia.
Existe una corriente de prácticas políticas que concibe la pobreza como causada por los pobres, la violencia por los violentos, etc., este modo de pensar es netamente racista y funciona de base ideológica como sostenedor de inequidades sociales que son en definitiva la raíz de cualquier tipo de violencia.
Explicaba Michael Parenti que el racismo tiene cierto número de funciones sistemáticas en la sociedad,la de asegurar un ejército laboral de reserva que mantiene los salarios bajos en toda la sociedad y que está dispuesto a realizar trabajos desagradables, insanos y muy mal pagados, es una de ellas.Las bandas de crimen organizado como la Mara 18 no se insertan igualmente a esos ejércitos laborales de reserva por los ingresos que les reportan sus actividades delictivas.
Esta pandilla afianza su identidad en encarnizada lucha contra la policía y su némesis, la Mara Salvatruchi (MS 13). No es de extrañar que el concepto de identidad se haya revelado útil para la comprensión y explicación de conflictos sociales bajo la hipótesis de que en el fondo de todo conflicto se esconde siempre un conflicto de identidad. Por conflicto de identidad entendemos aquel conflicto que se origina con motivo de la existencia de al menos dos formas de definir la pertenencia de una serie de individuos a un grupo (la M 18 y la MS 13 ambas pertenecen a la Mara). Con este fenómeno se da además el conflicto entre identidades, que son aquellos conflictos entre colectivos que no implican una disputa sobre la identidad sino que más bien la suponen, en el sentido de que el conflicto es un reconocimiento por parte de cada colectivo de su identidad y la del otro.(2)
A veces cuando más éxito tiene un grupo (un colectivo en este caso) en número y movilidad más fácil es que entre en conflicto con otro grupo, tomemos este ejemplo in extenso de Michael Parenti.
“Durante el siglo XIX en África del sudoeste una variedad de etnias vivieron en paz unas junto a otras con solo alguna escaramuza ocasional, esa amistad internacional tuvo lugar por la abundancia de tierras y recursos. Sin embargo, con la introducción de las armas de fuego desde Europa las tribus pudieron matar más números de animales y asegurarse más comida. Con la abundancia de comida se incrementó la población al igual que la demanda de cada tribu sobre la vida salvaje disponible la llegada de cazadores europeos redujo aún más la comida entonces los diversos pueblos entraron en guerras unos con otros”.
Esto explica los conflictos que surgen a menudo entre los más próximos e iguales; a lo largo de la historia hasta el presente hemos sido testigos de guerras étnicas: capuletos y montesco, güelfos y gibelinos, iroqueses y algonquianos, los Hatfields y los McCoys, etc.
Pero por otro lado el conflicto étnico y el racismo no es tan inevitable cuando se aprende a socializar bajo esos preceptos, recordemos la canción de Rodgers y Hammerstein en el musical de Broadway South Pacific:
Te han enseñado a odiar y a temer/ Te han enseñado año tras año/ Te han machado con esa idea tu pequeño oído/ Te han enseñado cuidadosamente.
Y así la policía sabe que los maras son el origen de todos los males sociales y por eso deberían exterminarlos; y los maras saben que hagan lo que hagan la policía es un cuerpo diseñado para no dejarlos vivir. Por eso los barrios salvadoreños se han convertido en lugares donde o matas o te mueren.
“La vida loca” describe una asfixiante realidad que se ahoga en la violencia; pero hace hincapié en que la violencia no es exclusiva de maras, existen estructuras sociales, políticas, económicas, jurídicas, ideológicas que aseguran su reproducción. La violencia es estructural al sistema y un elemento constitutivo de la identidad de las maras.

Citas y notas:
1-Robert K. Merton. Élements de théorie et de méthodesociologique. París, LibrairiePlon.
2-Michael Parenti. La batalla de la cultura. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 2009.

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